Bosque Bonito

raros y normales

Tradicionalmente, lo raro se ha asociado a un engorro. Un contratiempo.

En este espacio de comodidad, de lo que es conocido, lo raro no encaja; molesta, distorsiona.

Como mucho, en algunas épocas se usaba lo raro para mofarse, como los enanos del barroco, lo cual fijaba una distancia correcta entre el marco normal y el monstruo.

Lo extraño es caos.

Fuera del marco normal está el caos. El descontrol. El yuyu. Y cuando nos sentimos descolocados, turbados o asustados, nos volvemos agresivos. 

Es entonces cuando surgen los chulos, los maltratadores o su franquicia outlet: los que se burlan.

Lo que es normal lo marca la mayoría de una manera natural, sin forzar, viene solo. 

No seas raro.

Es lo más aceptado, lo que todos quieren, lo que gusta a la peña. La Coca-cola, la cultura pop, el fútbol. 

Hasta el punk, que nació como algo rompedor, devino normal una vez asimilado por la mayoría.

Ser ordinario mola.

Por eso, si en la vida quieres ser aceptado y progresar, tienes que ser como los demás: normal. Y, si queires tener éxito, tienes que ser el mejor: 

El mejor normal del mundo.

¡Jajaja! ¡Mentira! Eso era antes.

Ahora tienes que ser diferente. 

Malas noticias.

Porque, en el mundo del marketing, que es una gran escuela de vida, se ha visto que los normales no se comen un rosco. Por eso la publicidad languidece.

Porque la publicidad es gustar a cuanta más gente mejor. La publicidad es normal, es molona.

Para agradar a la gente normal, tienes que ser el normal más molón; tienes que ser el mejor normal.

Los ilusos que creen en una vida fuera del marketing, deberían saber que esto también funciona en su grotesco mundo de las cosas normales: haz como aquel, estudia, pasa por este camino, ten familia y trabajo. 

Sé el mejor normal.

O sea, el normal más guay, con el mejor currículo, el normal mejor depilado, el normal más simpático, el normal extrovertido.

El que hace viajes normales, el mejor normal del mundo.

Ser “el mejor normal del mundo”. ¿Verdad que suena estúpido?

Es una idea estúpida.

Esto solo funciona para las masas, para el populismo o para la publicidad.

Para los que imitan, los que hacen como hace aquel, miran la misma película y escuchan la misma canción. Para la gente que se arrastra hasta el Zara cuando hay rebajas, por decirlo así.

Tanto si quieres ser amado como vender –que és lo mismo– no puedes pretender hacerlo para todo el mundo. Esto solo está reservado a Zara o a Brad Pitt. Sería tonto intentarlo.

Los normales se copian entre sí. 

Atraen a los mismos normales de la misma manera, hasta que todos se parecen.

Y pasa como cuando se acopla al sonido: deja de oírse.

Muy bien. Hemos superado esta idea idiota. 

Entonces, ¿qué hacemos?

Ser tú, ser yo. Ser como somos y que nos quieran por como somos: diferentes, raros.

Porque, ahora que hemos abierto los ojos, ya podemos ver que todos somos raros. Y que tenemos más en común con los enanos del barroco que con Cristiano Ronaldo.

Pepsi quería ser normal, y ha estado toda su vida cometiendo el error de compararse con coca-cola. El resultado es que no es tan diferente como la otra; por lo tanto, 

¿por qué la gente habría de preferirla, si es como la otra?

Olvida eso de gustar a todo el mundo. 

Sé diferente. Vive, sé tú y gustarás a quien tengas que gustar. Todos tenemos nuestro público, por poco numeroso que parezca.

Deja de compararte. Diferénciate.

Microsoft ha querido vender a cuanta más gente mejor a base de gritar :“¡eh, soy barato y asequible! ¡Hasta tú, miserable normal, me puedes querer!”.

Apple nunca ha querido ser como Microsoft, ni llegar a tanta gente: “piensa diferente”. Ajá.

En la vida real, la de las emociones, el éxito no es ser normal, sino estar vivo, ser auténtico, valiente. En la vida real, el valiente no es el maltratador o el chulo, sino el enano del barroco; tú.

Naturalmente, son  mis opiniones. Seguramente, no son las mayoritarias (de lo cual me alegro).

¿Y tú? ¿Qué opinas de esto?

Darwin y las creencias

La gente tiene creencias. Hasta los que no creen.

Darwin se tuvo que enfrentar a las creencias de la sociedad victoriana. Porque, como escribió en sus anotaciones: “I think” (yo pienso).

La mayor diferencia entre Darwin y su tiempo, es que, mientras que los demás creían, él se atrevió a pensar.

Los niños quieren saber.

De pequeño, a menudo me hacía una pregunta:

¿Por qué tantas personas piensan de manera tan irracional ante situaciones fáciles de racionalizar? Por ejemplo, ante una ideología, o ante conflictos como los de Irlanda del Norte o el Oriente Próximo.

Ahora lo sé: la gente tiene creencias.

En vez de reflexionar sobre ello, repetían consignas en un sentido o en otro, y ni siquiera escuchaban la versión de quien pensaba diferente, lo cual perpetuaba el problema.

Los adultos somos burros.

Cuando me hice mayor y empecé a saber algunas cosas de la vida, me di cuenta de a qué quería dedicarme: quería comunicar cosas complejas de manera comprensible.

Pero me equivocaba. Qué pretencioso. ¡qué burro!

Porque la cosa no era que las ideas fueran complejas o que la gente no las quería entender. El problema era que la gente, debido a sus creencias, no sabía que no las quería entender.

¿Quere esto decir que la gente es idiota? ¡No! (No toda). Lo que pasa es que hay creencias que se tranmiten de padres a hijos y se acaban sedimentando en la cultura popular.

Esto forma una manera de ser y de ver el mundo de una comunidad. Y tener la misma visión del mundo que tu comunidad es muy útil para la supervivencia. 

Creer para sobrevivir.

Así, cuando ves un lobo, no te paras a pensar: “el lobo (Canis lupus) es una especie de mamífero carnívoro originario de Eurasia y Norteamérica…”, sino que crees que es peligroso y echas a correr.

Pero esto no quiere decir que el lobo sea necesariamente peligroso, sino que se ha convertido en lo que ahora llamaríamos un meme: una cosa repetida y repetida fuera de contexto hasta que pierde su significado original.

Creencias populares.

Funciona de la misma manera que los negacionistas del cambio climático o los antivacunas. Se hizo un experimento en el cual a negacionistas del cambio climático se les mostraban pruebas concluyentes de que es real y que existe, y aún así seguían creyendo que no.

Fuerte, ¿verdad?

No intentes convencerlos.

Los psicólogos, sociólogos y otros estudiosos del comportamiento humano lo llaman “sesgo cognitivo”. Y podía ser muy útil para adaptarse al grupo –y, por tanto, para sobrevivir– pero ahora es una gran putada y un obstáculo para el progreso de la humanidad.

Por lo tanto, es inútil intentar canvencer a alguien de algo si cree lo contrario. Está demasiado arraigado. 

El asunto, a mi entender, intentar entender cuáles son sus creencias. Entenderlos, empatizar, ponerse en su lugar. 

¿Qué le mueve? ¿Qué le conmueve?

Porque al final, todos somos humanos; todos sufrimos, reímos, amamos y morimos.

Un juego.

Par acabar, te propongo un pequeño juego de siete preguntas. No hace falta que apruebes ningún examen, solo piensa en ellas:

  1. ¿Qué opinas del conflicto árabe-israelí?
  2. ¿Crees que se ha avanzado lo suficiente en la igualdad entre hombres y mujeres en la sociedad?
  3. ¿Eres de algún equipo de fútbol?
  4. ¿Crees que la vacuna llegarás antes del verano de 2021?
  5. ¿Eres de derechas o de izquierdas?
  6. ¿Sabes, sin consultarlo, cuántos muertos ha habido hasta el momento en la guerra de Siria?
  7. ¿Por qué te interesa tanto el conflicto árabe-israelí?
Estrategia de van Gogh

Uno de los peores errores que cometió van Gogh fue suicidarse.

A veces, las circunstancias externas van a la contra y parece que no haya opciones. En estos momentos, puedes pensar que no tiene sentido continuar.

Si eres un artista, seguramente sabrás de qué estoy hablando.

Vincent era pobre, inestable, se hacía mayor, y no veía cómo demonios poder vivir del arte. Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero probablemente le pasara algo así.

Ten una estrategia.

Nunca es buena idea actuar a la brava, sin una estrategia.

Las circunstancias son transitorias. Por muy malas que parezcan en un momento determinado, conviene pensar siempre a medio y largo plazo.

Considerar una estrategia sirve para tener esta previsión. Te ayuda a tomar perspectiva, a observar qué puedes mejorar y, sobre todo, en qué eres bueno, qué puedes aportar y cómo puedes hacerlo.

No sabemos si el suicidio formaba parte de una estrategia para vender cuadros una vez muerto, pero, personalmente, creo que ahí se equivocó.

Antes de la estrategia, el DAFO.

Si bien un plan estatégico de marketing debería ser a medio y largo plazo, uno también debería considerar cuán largo ha de ser ese tiempo. Particularmente, pienso que obtener un beneficio póstumo acaba no resultando rentable.

Cuando consideras el suicidio como parte de una estrategia, lo más prudente, antes de empezarla, es valorarlo mediante un DAFO.

¿Qué es un DAFO?

Un DAFO es un ejercicio muy útil para analizar tu situación y marcar tus objetivos, y a aprtir de ese momento establecer cuál debería ser tu estrategia para alcanzarlos.

Si bien normalmente se emplea en el aspecto profesional, esto es aplicable a todos los ámbitos de tu vida.

¿Cómo se hace un DAFO?

Para entender cómo se hace un DAFO, haremos juntos el de van Gogh.

Antes de continuar, no puedo sino reprochar a su hermano Theo, como marchante y responsable de marketing, que no le asesorara en este sentido.

Pero puede que yo sí te pueda ayudar a ti ahora; me haría muy feliz saber que no te has suicidado gracias a este ejercicio.

El DAFO de van Gogh.

Un DAFO consta de cuatro apartados, las iniciales de los cuales componen el vocablo “DAFO”: Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades.

Debilidades:

Son aquellos aspectos internos (tuyos) en los que vas más flojo, y que ves que deberías mejorar.

En el caso de Vincent, podrían ser la impulsividad, la inestabilidad emocional, la escasa formación académica y la falta de recursos económicos.

Amenazas:

Las amenazas son situaciones o particularidades que no dependen de ti, y que podrían perjudicar tu objetivo o propósito.

Para van Gogh, sin duda, un factor negativo era la edad (recordemos que empezó mayor); también la enorme competencia en el terreno del arte bohemio, y la corta esperanza de vida –debido a la poca salubridad en una época en la que no había antibióticos ni vacunas.

Fortalezas:

Las cosas que tienes de cara, todo lo que te distingue del resto y te hace ser mejor o estar en una posición más favorable.

Él era un genio, tenía una gran sensibilidad, un enorme talento para la abstracción y para la síntesis, capacidad de trabajo y de sacrificio, anhelo de aprender y experimentar, y un punto de vista muy diferente –innovador– gracias, precisamente, a no haber recibido una formación académica estándar.

Oportunidades:

Lo que te puede servir, campos donde podrías destacar, labores que podrías desarrollar mejor que otros… Las oportunidades son todas aquellas cosas externas que pueden jugar a tu favor si las sabes aprovechar.

Era un mundo muy activo, los movimientos artísticos en Europa se sucedían rápidamente; y era un momento inmejorable para que Vincent sacara provecho de su arte y su potencial innovador.

¿Qué hacer ahora con este DAFO?

Una vez anotados todos estos aspectos, es momento de analizar la situación y establecer una estrategia para mejorarla.

¿Cómo? 

Tranquilo, joder; ahora lo veremos.

Gestionar las debilidades:

Theo le financiaba generosamente, pero no era suficiente. Habría necesitado un inversor, un patrón. Si ahora Vincent estuviera aquí, le diríamos que buscara un mecenas, un espónsor, alguien con quien trabajar y que le aportara recursos económicos para poder dedicarse a su actividad. 

Y que fuera al psiquiatra. Ahora sabemos que hay tratamientos y terapias que le podrían haber ayudado a estabilizarse y poder centrarse más en su trabajo.

Protegerse de la amenazas:

Para la edad no hay protección posible, pero la falta de condiciones sanitarias de la época se habrían podido contrarrestar con una mejor higiene, abandonando hábitos nocivos como el tabaco y el alcohol y, por el amor de Dios, dejando de ir de putas.

Potenciar las fortalezas:

Realmente, las fortalezas que tenía eran excepcionales. Nada que añadir en este punto. Solo mantenerlas y no renunciar a ellas jamás.

Aprovechar las oportunidades:

No era suficiente con ser amigo de Gaugin. Y menos, acabar de mal rollo. El gran bullicio, el motor de vapor que era Europa en ese momento, había que vivirlo. Estar solo en la Provenza era muy romántico y tal, pero habría sido mucho mejor participar en exposiciones, reuniones, eventos y encuentros con otros artistas de la época; lo que ahora llamaríamos “contactos”. Y, sobre todo, procurar no insultar a nadie.

Conclusión:

Suicidarse no era la mejor opción. Con este balance, seguramente Vincent habría visto su carrera y su futuro de otra manera. Probablemernte con su hermano Theo habrían trazado una estrategia para crecer como artista y, de paso, como persona.

¿Y tú? ¿Tienes pensado suicidarte, o harás un DAFO?

El ruiseñor canta muy bien

Todos sabemos que los ruiseñores cantan muy bien. Hasta aquí nada nuevo.

Pero, ¿por qué? ¿Cómo lo hacen?

Te voy a contar la historia de Dmitri, el ruiseñor ruso.

Esto –escrito en otras palabras y en inglés–  lo he leído en The Economist. Dice que la (supongo que prestigiosa) revista Behavioral Ecology and sociobiology publicó un estudio donde hablaba del extraño comportamiento musical de los ruiseñores en invierno.

Dmitri , el ruiseñor ruso

Como muchos cantantes, los ruiseñores rusos en verano solo cantan y follan. Pongamos que nuestro ruiseñor se llama Dmitri. Dmitri y el resto de ruiseñores se plagian estrofas y versos los unos a los otros.

El canto de Dmitri es espectacular –aunque es más potente y mucho menos sofisticado que el del ruiseñor común; no olvidemos que es ruso– y la competencia entre cantantes es brutal.

Nuestro ruiseñor en Tanzania.

Llega el invierno y, como no son idiotas, Dmitri y el resto de ruiseñores rusos se van a Tanzania. Allí no follan, pero los machos, aunque no tengan que atraer hembras, siguen cantando. Especialmente Dmitri, que no para.

Así canta un ruiseñor ruso, por si no habías oído ninguno antes.

¿Por qué lo hacen?, te preguntarás. Sigue leyendo.

Llegan los investigadores.

Unos científicos se hicieron la misma pregunta que tú, y decidieron ir a estudiar a Dmitri y sus colegas.

Por lo visto, el canto de los ruiseñores tiene unas estrofas y unas características comunes; eso no quita que Dmitri tenga su estilo, y cada cual sus particularidades.

Entre estas características comunes, tienen la costumbre de hacer unos sonidos que marcan el final de una canción: unos “repiques” o “castañuelas”. Como punto final. Hay muchos repiques realmente buenos, y aquí Dmitri lo peta.

Pero Dmitri, aún siendo un maestro de los repiques y castañuelas, en invierno no hace estos sonidos. Prefiere atacar otros aspectos del noble arte del canto. Canta de manera más desordenada, repitiendo estrofas una y otra vez,, creando nuevas y saltándose otras. Todos lo hacen, es un caos, y Tanzania acaba resultando una anarquía de ruiseñores.

¿Por qué hacen esto tan raro?

Misterio resuelto.

Imagino que ya te has dado cuenta de por dónde va la cosa. La respuesta es muy simple, pero a los científicos les costó mucho dinero y tiempo de investigación:

¡Para practicar! Practican. Practican muchísimo.

Con la práctica hecha en Tanzania y con algunas estrofas nuevas,  en verano Dmitri vuelve a Rusia. 

Su canto ha mejorado tanto respecto al año anterior, que los otros le copian, y su fama se extiende hasta Polonia. Entre cantos, repiques y castañuelas, acusaciones de plagio y, sobre todo, mucho sexo, Rusia es una fiesta.

El secreto del éxito.

Gracias a la práctica invernal, Dmitri alcanza cimas nunca vistas en la historia del canto ruiseñoril. Es un ídolo. Y es verdad que tiene un talento excepcional, pero su éxito no tiene ninguna magia: mucho trabajo duro durante el invierno. Muchas, muchísimas horas de ensayo han propiciado que Dmitri, llegado el verano, no pare de follar.

Las calaveras de Posada

El dibujante de calaveras era uno de los artistas más importantes de México; pero nadie lo sabía, y murió olvidado y pobre. Tan pobre que su propia calavera descansa en una fosa común, junto a muchas otras calaveras de gente pobre y olvidada.

Una calavera más.

José Guadalupe Posada era dibujante. No era pintor, como el gran Diego Rivera. Nunca fue a París, ni conoció a Picasso, ni fue patrocinado por el gobierno mexicano, como el gran Diego Rivera.

Posada hacía ilustraciones, caricaturas y estampas populares que salían en los periódicos. Trataba noticias y temas sociales, hacía sátira y versos, e imágenes lo suficientemente expresivas como para comunicarse con la gente que no sabía leer; porque hablaba su lenguaje.

Calaveras divertidas.

Posada no era un “artista”, porque publicaba en los periódicos; no pintaba cuadros. Ser un ilustrador no era ser “artista”. A diferencia del gran Diego Rivera, no tenía amigos en la élite intelectual y política.

Posada se mofaba del poderoso y del sencillo. Se reía de la vida. Dibujaba calaveras festivas, socarronas, que bailaban, reían, bebían e iban en bicicleta.

La calavera mexicana, la muerte dovertida, es, en parte, herencia azteca. Los aztecas consideraban la tristeza una falta de respeto hacia los muertos.

José Guadalupe Posada, don Lupe, no expuso en San Francisco como el gran Rivera, ni en el Palacio Nacional, ni se afilió al partido comunista. Tampoco se casó con Frida Kahlo, ni montaba fiestas.

Comunicar con la gente.

Posada tenía una imprenta y dibujaba calaveras. Las imprimía en diarios y panfletos populares. Arte para el pueblo, como el gran Diego Rivera. Solo que él no era “artista”.

Pero, mira tú por dónde, ahora las calaveras de José Guadalupe Posada son tan conocidas, que forman parte del imaginario y de la identidad mexicana. México son calaveras, y las calaveras son Posada.

México es Posada.

El arte popular –ahora sí, el ARTE– trata de la vida y la muerte, de la condición humana, de la brevedad, de la existencia. El arte popular comunica, conecta con la gente. Y la gente se lo hace suyo y lo transmite.

Las calaveras de Posada también conectaron con el gran Diego Rivera. Rivera admiraba el arte popular –el ARTE– y contribuyó a difundir a Posada, a darlo a conocer. Situó a la calavera “Catrina” en el centro de su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”.

La calavera Catrina.

Pero el nombre se lo puso Rivera. Originalmente, Posada publicó la Calavera Garbancera como parte del contenido satírico en el periódico. El nombre “garbancera” hacía referencia al nombre con el cual se referían a los indígenas que pretendían actuar y vestir como europeos; 

La falacia, la impostura; una costumbre tan extendida entonces como ahora.

Cuando Rivera la situó en su mural, la llamó “Catrina” –de “catrín”, que era como se designaba a los dandis– y entonces tomaba otro matiz.

Rivera 0; Posada 1.

El arte ha tratado a menudo la calavera como símbolo de la muerte, de la brevedad de la vida; el final que iguala a todas las personas. Todos morimos, y lo que hacemos en vida a menudo es irrelevante.

Posada murió en el olvido, y el gran Diego Rivera con honores y monumentos. Pero, mientras que cada vez menos gente recuerda al gran Diego Rivera, las calaveras de Posada siguen conectando con el pueblo.

Porque, al fin y al cabo, conectamos con lo esencial, nos llega lo auténtico. Lo que es franco, sin disfraz. Lo que nos habla de las cosas tan importantes como simples: la vida y la muerte.

¿No te parece?

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